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La lucha no es sólo por la tierra sino contra la explotación

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Por OLEP

Es urgente salir de la lógica que ha impuesto el neoliberalismo a las organizaciones campesinas: publicación de las reglas de operación de los proyectos productivos-presentación de proyectos-movilización-gestión de recursos, la cual, además, las ha alejado de la unión de sus luchas y fuerzas.

“Una condición indispensable de la victoria de la revolución socialista [...] es la plena alianza del campesinado laborioso, explotado y trabajador con la clase obrera.” V. I. LENIN

El abandono del campo no ha sido fortuito, ni un error, más bien se trata de una política impuesta hace muchos años. Si atendemos a la memoria nos encontramos con que el siglo XX ha sido un largo camino de lucha del campesinado por su más preciado bien: la tierra; ésta es la materialización de condiciones de vida dignas. Fue durante la revolución mexicana cuando los campesinos comenzaron, de forma más visible y organizada, a defender su derecho a la propiedad colectiva de las tierras dando paso, después de una ardua y sangrienta lucha, al reparto agrario sustentado en figuras legales como la propiedad ejidal y comunal, asentadas en la Constitución de 1917.

Décadas después, entre los setenta y ochenta, nacieron diversas coordinadoras campesinas con el fin de seguir en la defensa del derecho a la tierra y otras demandas emanadas del campo. Sin embargo, estas luchas estuvieron marcadas por formas más excelsas de represión: además de recurrir a métodos sanguinarios, como en la revolución, de exterminio de pueblos enteros, también desarticularon las luchas mediante la corrupción o asesinato de dirigentes campesinos, la prisión política y la desaparición forzada, con el fin de infundir miedo y, a la vez, interrumpir el desarrollo de la conciencia de clase de las bases campesinas. Éste, les permitiría pasar de una conciencia pequeño burguesa, razón por la que se han limitado a la lucha económica, es decir, por la tierra que satisface sus más inmediatos intereses, a la comprensión de que la única forma de que salgan triunfantes en la demanda de una vida digna y libre es aliándose con el proletariado en una lucha donde se pelee por sus demandas conjuntas, esto es, en una gran lucha de explotados contra explotadores.

Así, después de truncar el desarrollo de la conciencia de clase de las bases campesinas y de interrumpir o frenar sus procesos organizativos y de lucha, los representantes del poder reforzaron sus mecanismos de represión con uno que terminó por dar un giro determinante a la lucha histórica por la tierra: la reforma al artículo 27 de la Constitución y la entrada en vigor de la nueva Ley Agraria decretada por Carlos Salinas de Gortari en 1992. En ésta, entre otras cosas, se da por terminado el reparto agrario con la justificación de que en el país “ya no había más tierra que repartir” y se establece que la tarea del Estado es proporcionar los recursos monetarios necesarios para hacer del campo mexicano un campo “productivo”, dejando al campesinado sólo dos opciones: defender las tierras que ya eran suyas y, la otra, luchar por estímulos federales que les permitiesen trabajarlas. Fue una arma de doble filo; al tiempo que el poder aprovechaba el escaso desarrollo de la conciencia de clase del campesino, engañándolo con que su lucha por la tierra había terminado y debía limitarse a pedir dinero al Estado, dejó el camino libre a la burguesía nacional y extranjera para la compra de tierras ejidales con programas de regularización y escrituración como el Programa de Certificación de Derechos Ejidales (PROCEDE), dividiendo de paso a comunidades y organizaciones campesinas; al fin, el neolatifundismo se quitó la máscara que venía sosteniendo desde finales de la revolución.

Los resultados: primero, el campesino al vivir la pobreza acentuada por los selectivos, insuficientes y, a veces, míseros apoyos técnicos y económicos de parte del gobierno, no le quedó otra opción que vender sus tierras y, en consecuencia, entrar en una pobreza más grande al terminar siendo, asalariado agrícola, o sea, jornalero; segundo, un campo dependiente de la burguesía monopolizadora trae como consecuencia inevitable un país dependiente en sus políticas y medidas económicas; tercero, grandes migraciones campesinas a Estados Unidos, principalmente, que sirven como mano de obra barata, trayendo consigo el abandono masivo de territorios nacionales que caen en manos de la burguesía agroexportadora y, cuarto, la desarticulación del movimiento campesino, y la pérdida de la memoria de lucha.

Por lo anterior, es urgente salir de la lógica que ha impuesto el capitalismo neoliberal a las organizaciones campesinas: publicación de las reglas de operación de los proyectos productivos-presentación de proyectos-movilización-gestión de recursos, la cual, además, las ha alejado de la unión de sus luchas y fuerzas. De no ser así, de quedarse en el horizonte de la lucha económica que significa seguir el juego asistencialista del gobierno, las bases campesinas, y no sólo ellas, no tendrán otro futuro que la agudización de sus condiciones de miseria. No hay más caminos: seguir viviendo indignamente, hundidos en la ignorancia y el hambre, impotentes o preparar, desde las bases, programas de lucha que se apunten hacia la conquista del poder político a través de una alianza entre los pobres del campo y la ciudad.

NOTA: Este artículo fue publicado la sección CAMPO del No. 1 de FRAGUA, órgano de prensa de la Organización de Lucha por la Emancipación Popular (OLEP).

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