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Una cierta dosis de alienación

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Escrito por francisco sanz

¿El veneno más eficaz? La victoria. La alienación como solución, no como problema.

¿El veneno más eficaz? La victoria. Se atribuye a Paracelso eso de que el único veneno es la dosis. Eso puede decirse de las victorias. Las victorias tienen que llegar pronto para que luego podamos aprender sin rencor de las dificultades y seguir poniéndonos en juego con espíritu deportivo. Una especie de síndrome del cojo al revés; no que como estoy mutilado o soy tan desgraciado por lo que sea tengo derecho a pasarme si quiero, sino que como una vez me fue tan bien en algo voy a aceptar lo bueno y o malo de todo, nada de lo que me va a pasar desde aquel momento puede dejar de pertenecerme.

Usar las dificultades como antidepresivos, antidepresivos desinhibidores, en la primera mitad del día, en tanto se aumentarán a lo largo del mismo las dosis de ellas entendidas como ansiolíticos y en caso de necesidad usarlas como inductores del sueño en la última toma de conciencia de la noche. Estar sano, ser bueno, conforme al criterio popular es bastante fácil. Simplemente se requiere una pequeña dosis de pavor sórdido, otra de ausencia de reflexión imaginativa y una cierta pasión rastrera por la respetabilidad de la clase media. “Desconfiad siempre de vuestro primer movimiento, es siempre generoso… la prueba más fuerte de carácter consiste en no dejarse arruinar por la seducción del bien. El bien, la salud, como lujo, como refinamiento, como vicio”.

Llega el confort de los días de recogerse y enfermar. “Es un tratamiento radical de todo pesimismo esta manera que tienen nuestros espíritus libres de enfermar de recogimiento, de permanecer enfermos por mucho tiempo, y luego, en ser remisos en volver a encontrar la salud, quiero decir una salud “mejor”. Hay sabiduría, una sabiduría vital, en no administrarse a sí mismo la salud o las victorias más que a pequeñas dosis, de vez en cuando, durante mucho tiempo”. Un enfermo especialmente maldito enseñaba cosas así.

Se requerirían dosis de capacidad anticipatoria, convicción democrática, cohesión social y solidaridad internacional muy superiores a las que hoy parecen disponibles, si pretendemos alcanzar cotas aceptables en justicia social, en justicia vital. Por una parte, se plantean cuestiones que no pueden ser contestadas; por otra parte, se contestan preguntas con respuestas que no dan con el núcleo de lo que se había preguntado, y se aviva el miedo y la tontería de un modo y otro.

Se dice que la dosis media de ellos que recibe la población no es peligrosa. Por una parte se oculta que puede haber picos peligrosos para alguien, para hacer la media con los que no reciben nada en absoluto y los que reciben demasiado. Y por otro no se precisa qué dosis es peligrosa o qué pasa. La miseria es jerárquica, la polución, democrática. Se nos envenena, ¿democráticamente a todos por igual? Sin racionalidad social, la racionalidad científica está vacía. Sin racionalidad científica, la racionalidad social está ciega. Son atolladeros, círculos que por haber sido demasiado acariciados se han vuelto viciosos. Como eso de que democracia es dejar decidir o que democracia es el respeto de la ley. No hay salida cuando uno está encantado de no poder salir.

Más comunicación significa ante todo más conflictos. Esto es lo que hace que la actitud de “acabar entendiéndonos” tiene que ser suplementada con la de “salir de en medio del camino de otro”, manteniendo una distancia a base de inaugurar un nuevo “código de discreción”. Lo que hace considerar una cierta dosis de alienación como indispensable para una coexistencia pacífica. La alienación como solución, no como problema.

La ignorancia de la dosis adecuada de victorias no debe hacernos olvidar que un veneno es un veneno. Y que finalmente nuestras victorias, al menos si las queremos entender como veneno, van a depender del conocimiento ajeno. Por ejemplo el hecho de que el té contenga DDT o su comida formaldehído y en qué dosis, eso se sustrae a su conocimiento; al igual que la respuesta a la posible pregunta de si estas sustancias afectan, a corto o largo plazo, o en qué concentraciones. El cómo se responda a esas preguntas decide sobre la afectación de una manera o de otra. La afirmación o negación, el grado, la dimensión y los síntomas de la persona amenazada dependen fundamentalmente del conocimiento ajeno.

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