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Tlatlaya-Iguala

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Para APIAVIRTUAL
Nino Gallegos
“Cuando se los llevaron, ya iban muertos.”
(Aninomus).
En la lógica necrológica, los muertos en las calles, las carreteras, los hospitales y los cementerios, son en el país de sombras, los casos aislados desde el gobierno y la presidencia, descontrolándoseles el ejército y la policía en una visión real de la violencia criminal que, en el Estado mexicano y en el Estado de Derecho, todo sucede de manera autista, anómica, aislada y fallida: los sexenios del loco bueno pa’nada, del mesiánico militar, y, del joven bien peinado y bien planchado sin oficio ni beneficio, han pasado de las reformas estructurales a las terapias intensivas y extensivas con un pronóstico reservado nacional.
Cuando don Efrén Capiz, líder campesino michoacano, nos decía: “No les quepa la menor duda y sí la mayor certeza de que nosotros hacemos el bien, y quien hace el mal nomás por chingar es el gobierno, porque el gobierno nomás es para chingar y matar. Entonces, muchachos, ándense con cuidado, porque aquí no existe la seguridad de ninguna autoridad, el miedo es nuestro y por eso salimos juntos para acompañárnoslo y así nos encontremos con la convicción por estos caminos de la chingada nacional.”
He aquí, pues, al compañero Álvarez Garín, caído por la enfermedad mas no por la convicción de que la vida igual que la muerte es un reanimación al corazón por un beso en la frente altiva de la memoria.
Y regresamos a Tlatlaya-Iguala como quien regresa a las escenas de los crímenes, porque los muertos puestos en combate no fue más que sembrarlos en un suelo de sangre, cuando a esos muchachos con la muchacha, los agarraron y los mataron. Dicen que fue una cosa fea, pero aislada, que el Ejército y la Armada son nuestros mejores hombres en la guerra con cascos azules haciendo la Paz, y en México, en la batallas contra el narco, la Paz de los cementerios, si no para qué, también, la policía, matando a estudiantes y deportistas como si haya sido un día de feria, del tiro a los blancos móviles, con los que pasaron a peor vida. La policía, siempre en vigilia, pero del lado de los sicarios con los narcotraficantes, haciendo el trabajo sucio con más charcos de sangre sobre el suelo de los masacrados.
Nada ni nadie, excepto la metaconstitucionalidad del presidencialismo con su conjunta unilateralidad en el ejecutivo, el legislativo y el judicial, tiene el poder de hacer lo que en acción y en omisión ha sido y será mejor para el peorvenir de este país en sombras: hacer del respeto a los derechos humanos y de la igualdad de los derechos, la ejecución sumaria para todo aquel criminalizado y victimizado por el ejército, la policía y el narco, sea para salvaguardar al hombre más rico en y del mundo, a los 60 millones de pobres, hambrientos y enfermos con unos cuantos alimentados con la cruzada nacional contra el hambre, y así, hasta que este país en y de sombras tenga sus luces de cirios bajo un cielo nocturno estrellado con lunallena o con medialuna entre Comala, Tlatlaya e Iguala, de donde los muertos, los presos y los desaparecidos como almas en pena en el corredor mediático, fáctico, virtual y panóptico de las pantallas televisivas e internetianas en pueblos mágicos y fantasmas.
Si para la ONU hubo una ejecución, la CNDH, se hace la occisa, porque en el país de sombras, los muertos, los presos y los desaparecidos, son criminalizados y victimizados por los actos en sus vidas: en este país de sombras, vivimos de quienes vivimos y morimos de quienes morimos, y nadie se andará por encima de la Ley, cayendo quien tenga que caer y le caerá todo el peso de la Ley, yendo hasta el fondo del sin fondo oscuro y en sombras, donde los cuerpos y los esqueletos se descarnan, se encarnan y se reencarnan a una vida muerta entre el olvido y el recuerdo. Sí, hablan, pero, nadie, los escucha. Sí, gritan, pero, nadie, los oye. Sí, quieren levantarse de entre la tierra para salir y ser escuchados y ser oídos por quienes no los han escuchado y no los han oído toda esta chingada vida, si es que alguna vez fue vida.
Andrea Heloisa, mi hija de casi cinco años, me dice: Nino, se va a acabar México, preguntándole ¿por qué?, a lo que me contesta: porque no quiero crecer con él. ¿Una pura actitud limpia de la inocencia infantil tiene que ser corrompida desde niña para que reaccione sensiblemente a lo que para ella es un malestar que habrá de acompañarla en su crecimiento físico, mental, educativo e intelectual, en un país de sombras, donde vale más la supuesta consternación y la funeral simulación del presidente y su gabinete, de los diputados y los senadores, de los gobernadores y de los presidentes municipales, y, de los regidores, cuando se asesina a un diputado y a un militante partidista, se masacra a jóvenes, se dispara a estudiantes y deportistas, se encarcela a activistas y autodefensas, y, se desaparece a personas?
Tlatlaya-Iguala, tierras ensangrentadas como las demás tierras masacradas, camposantos, panteones y cementerios, arroyos y ríos contaminados con minas asesinas y mineros matados y sepultados con lo que viene en ese peorvenir que con el gusto y el sabor de la desgracia anticipada, por incontrolada, en su totalidad fragmentada, en un país de sombras que se alarga y se ensancha por caminos de terracería y carreteras de vías rápidas para entroncarse en la desorientación dilemática de que vamos o estamos de regreso a ningún lugar ni a ninguna parte: he aquí el corazón de la memoria que nos late y que nos recuerda cuando los hombres, las mujeres, los ancianos y los niños se levantan para andar los desandado y además decirse: “Nadie de los que todavía vivimos está en gracia de Dios. Nadie podrá alzar sus ojos al cielo sin sentirlos sucios de vergüenza.” (Pedro Páramo)
Demandados, denunciados y expuestos los crímenes del Estado mexicano y la compla(s)cencia de la CNDH, deben y deberían ser y hacer(se) la exigencia pública así como los estudiantes del IPN lo hicieron con el secretario de gobierno, al leer él y firmar de recibido el pliego petitorio como lo debe hacer un secretario en funciones públicas, siempre y cuando; sí, siempre y cuando, no se traicione el compromiso colectivo y la responsabilidad social de los pensamientos, las palabras, los actos y los hechos humanos.
Tlatlaya-Iguala, al no ser y querer hacerlos casos aislados, es seguir las pautas de un tiempo, institucional y oficial, sin cambio, cuando de lo que se trata es el cambiar el tiempo, tal como lo han hecho los estudiantes del IPN como un movimiento estudiantil de 1968 al 2014 con 46 años de edad en una juventud que, en el contexto de lo transgeneracional, aún hay por hacer desde hace tiempo cambiando el tiempo para que no siga siendo el mismo tiempo, para lo que Renato Leduc y Jürgen Habermas, están poética, sociológica y cambiantemente, en celebración

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